Esta fase inició sin yo siquiera saberlo. Cuando uno es profesional está muy lejos de esa palabra; hasta ese entonces los emprendedores no estaban en mi radar. En ese momento era una persona con una batería de experiencias que le permitían saber lo siguiente: para disfrutar la vida era requisito conocer el propio ritmo para hacer las cosas, y trabajar era parte de vivir, con lo cual tenía que existir una forma de trabajo que respete y se ajuste a dicho ritmo y que, a la vez, aportara los recursos necesarios para cubrir la supervivencia y la posibilidad de crecer. La meta estaba clara, pero el cómo alcanzarla todavía no.

Cuando me lancé a la gran aventura de ser “independiente” tenía claro lo que no quería más. “Se acabó, no voy a trabajar más en relación de dependencia, no puedo, no me gusta, no sé cómo hacerlo”, repetía dentro mío cada vez que me levantaba.
Esta etapa duró casi tres años. Si tuviera que ponerle un título, sería “ESTRÉS Y DESESPERACIÓN”.
Mientras lo escribo me da un poco de risa, pero en ese momento no era nada gracioso. La realidad es que mi deseo de ser independiente estaba totalmente basado en conseguir libertad pero lo único que confirmé era cuán presa estaba de mis decisiones.

No tengas miedo a fracasar. Cae, levántate, aprende y sigue tu camino. Esto diferencia a aquellos que logran el éxito de los que nunca llegan a conseguirlo.

Hoy les voy a compartir cuál fue el camino que me convirtió en emprendedora. Mi proceso se puede dividir en tres etapas:
– Relación de dependencia
– Profesional independiente
– Emprendedora

Empecemos con la primera: Fase Relación de Dependencia.