emprender es un proceso:

FASE 2 – PROFESIONAL INDEPENDIENTE

por Magui Romero | Dic 20, 2023

Cuando me lancé a la gran aventura de ser “independiente” tenía claro lo que no quería más.  “Se acabó, no voy a trabajar más en relación de dependencia, no puedo, no me gusta, no sé cómo hacerlo”, repetía dentro mío cada vez que me levantaba.

Esta etapa duró casi tres años. Si tuviera que ponerle un título, sería “ESTRÉS Y DESESPERACIÓN”.

Mientras lo escribo me da un poco de risa, pero en ese momento no era nada gracioso. La realidad es que mi deseo de ser independiente estaba totalmente basado en conseguir libertad pero lo único que confirmé era cuán presa estaba de mis decisiones. 

Les voy a contar cómo fue el día después de quedarme sin “trabajo estable”. Me desperté rara; lejos de sentirme tranquila y feliz por no tener que saltar de la cama para ir a un lugar que no me gustara, estaba tensa, nerviosa, no podía dejar de mirar el techo mientras mi cabeza era un remolino de pensamientos y análisis de las posibilidades más horribles.  “No vas a conseguir que te contraten tan fácil, vas a tener que vender el auto, te vas a tener que volver a lo de tus viejos”. Una catarata de pensamientos negativos. Entré en una dinámica poco favorable. Pensaba tanto que estaba cansada y sin ganas de activar. Los dos primeros meses fueron para acomodarme a esta crisis y empezar a tocar algunos contactos. 

Es muy extraño cómo funcionamos las personas… A medida que mis ahorros bajaban, mi energía de búsqueda de nuevos proyectos se incrementaba. Empecé a funcionar estimulada por el estrés.

La angustia era constante. No es que todo el tiempo estaba tensa, pero en algún momento del día aparecían los interrogantes de no saber qué iba a pasar.

Los proyectos y trabajos comenzaron a aparecer, pero en el contexto que vivía no había filtro, agarraba cualquier “laburo” con tal de asegurarme un mes más la vida que llevaba. No tenía entusiasmo por las actividades que realizaba; esto provocaba que mi rendimiento no fuera el mejor. Tardaba mucho en cerrar temas, estaba pendiente de los cobros porque no me resultaba fácil lograr que me pagaran a tiempo. Me corrían siempre las fechas de vencimiento de pago de servicios y alquileres.

Mi sensación era la de estar en una pileta llena de pelotitas e intentar dejarlas bajo el agua hundiéndolas con la cabeza, los pies, las manos, pero cada vez que hundía una, las otras flotaban hacia la superficie. ¡Mucha tensión!

Otra cosa que me pasaba era la siguiente: dado que la continuidad de proyectos y pagos no era estable, en algunas ocasiones tuve que recurrir a realizar trabajos temporarios para reunir el dinero de los compromisos del mes; entre estas actividades puedo enumerar: cuidar niños, ser asistente de animaciones infantiles, promotora, entre otras. 

Sin embargo, no todo era malo. Es verdad que si bien no contaba con tanto tiempo, sí tenía disponibilidad para acomodar los horarios y realizar los trabajos pendientes cuando quisiera. Quizás esto era lo que me hacía creer que era “dueña de mi vida” (ahora lo pienso y me provoca ternura mi ingenuidad).

Durante este tiempo me pude dar el lujo de participar en actividades de docencia y formación. Fui docente en un colegio secundario, dicté la materia Gestión de proyectos; en la cárcel de Devoto, en el marco del “Proyecto cárceles” de la UBA, di materias como álgebra y análisis matemático; también empecé a dar mis primeros talleres sobre herramientas técnicas, que eran la conclusión directa de mis experiencias en las empresas.

Si bien las cosas empezaron a acomodarse y mi rutina laboral comenzó a ser un poco más estable entre servicios de consultoría, talleres y algunas formaciones, internamente sentía que algo andaba mal. En esa época me abrí a otras búsquedas, a entender la vida de otra manera. Comencé a leer y a tomar talleres de conocimiento personal y chamanismo. Cuanto más profundizaba en estas actividades, más disconforme estaba con mi vida. Principalmente porque en ese momento, aparentemente, era una vida elegida. Se suponía que no tenía horarios, que no tenía jefes y, así y todo, me sentía más presa que mis alumnos de Devoto. 

Pude entender que existen cárceles impuestas. No es necesario estar encerrado en una celda o en un trabajo para sentir que la vida no nos pertenece. Comprendí que lo que había estado haciendo hasta ese momento era vivir para generarme un sueldo que sostuviera una vida que no me hacía feliz.

En paralelo a todas estas revelaciones conocí a una persona diferente, especial. Las experiencias vividas con él fueron clave para mi transformación. Era alguien que tenía una visión distinta sobre cómo debía vivirse la vida. Todo lo que contaba y compartía me parecía maravilloso. Me hizo reconectar con la necesidad de avanzar y ser libre. Resalto: necesidad. En ese momento la libertad para mí era algo necesario.

Luego de un tiempo de estar juntos, decidí seguirlo y mudarme a otro país. Hoy entiendo que, además de tener un sentimiento profundo y sincero, estaba motivada por la novedad y un deseo inconsciente de cortar con una etapa de incertidumbre que no disfrutaba.

Cuando me fui dejé mucho atrás. En ese momento, lo que no disfrutaba era claro, pero una vez lejos, me di cuenta que también me alejé de todo lo importante para mí: familia, sobrinos, amigos. Con la excusa de ser libre, cada vez me alejaba más y más de lo que provocaba en mí la sensación genuina de libertad. 

Durante esta experiencia transité la desconexión total. Me sentía sola, a pesar de estar todo el tiempo rodeada de gente. No eran personas malas, simplemente no me reflejaban. La peor soledad es sentirte solo estando acompañado.

Miraba a mi alrededor y nada de lo que veía me resonaba familiar, contenedor. Me sentía angustiada, tenía miedo y hasta llegué a estar muy enojada. En ese tiempo me desconecté por completo de mis vínculos más cercanos. No fue algo consciente, simplemente fue así. 

Esta sensación duró hasta que mi ser no pudo más y literalmente quiso salir corriendo. Cuando nuestra alma decide, la vida se encarga de generar las condiciones para que ocurra. Ciertas cuestiones hicieron que volviera a mi país, con mi familia. 

Todo lo vivido durante ese año fue muy intenso. El hecho de no estar trabajando era extraño y angustiante para mí.  Acompañé a mi pareja en sus viajes, estuvimos en tres países diferentes, me sumé a sus proyectos pero dejé de lado mis propios deseos, mis aspiraciones.  

Cuando regresé a mi país tenía un viaje pactado a Kenia. Este viaje en grupo lo organicé mucho antes de irme a vivir a otro país. Se suponía que iba a ser un viaje de placer y aventura pero terminó siendo mucho más que eso. Sin duda, una experiencia muy fuerte en el momento justo. Tuve contacto profundo con la naturaleza, pude sentir la belleza de la vida en su máxima expresión, la pude oler.

En Kenia visitamos tribus, conocimos sus costumbres. Algo que me llamó mucho la atención es que en su idioma no cuentan con la palabra “Libertad”. Para ellos, la libertad no es algo a nombrar. No eligen ser libres, ellos lo son. Fue muy impactante este concepto.

Hoy puedo decir que fue una experiencia para reiniciarme, para tomar distancia de todo lo que creía sobre la libertad. 

Al finalizar el viaje, decidí volver a mis raíces.  Reconectar con mi propósito, solo que ahora estaba muy claro, no se trataba de decidir ser libre, se trataba de serlo.

Cuando volví, mi realidad era distinta. Literalmente estaba empezando de nuevo. Como me había desprendido de todo al irme, entre otras cosas, tuve que volver a vivir con mis padres.

Mi primera sensación fue de fracaso, pero con el pasar de los días, pude descubrir que nunca se vuelve a empezar de cero. Todas mis experiencias estaban ahí, latentes, a la espera de ser tomadas como herramientas que trabajarían a favor de mi verdadero deseo.

Continuará…