VÍNCULOS PREDECIBLES

por Magui Romero | Feb XX, 2024

Hoy quiero contarles sobre algo que reflexioné durante una caminata que hice en el Sur, específicamente en El Bolsón.

Para introducirlos en tema… Era diciembre, muy fin de año, y sentía que no tenía más energía, no llegaba al 31.

Así que decidí irme unos días a visitar a mi amigo, “el Gato”, que vive en una cabaña increíble en el medio del bosque.
Si bien compartí varias actividades con él, en algunos momentos necesitaba aislarme un poco.

En uno de esos momentos decidí hacer una caminata. (Un dato importante para este relato es que el Gato tiene 3 perros: Tomi, Sacha y Luna. Si bien parecían amistosos, la realidad es que no me dieron mucha bolilla cuando llegué).

Dicho lo anterior, iniciemos con el relato de la caminata y desde dónde surge esta reflexión que quiero compartirles.

El destino era claro, llegar al Pozón del Río Azul. Empecé a caminar y el sendero era muy solitario, no tenía nada de señal en el celular. Ya en los primeros pasos me empecé a sentir algo sola e insegura… dudé, pensé en volver y abandonar la travesía. En eso, veo que se asoman los perros del Gato y la verdad que, lejos de darme alegría, me sentí más insegura. Pensé “a ver si estos no me reconocen y me muerden”, ¡jaja! muy trágica. En fin, no me hicieron nada malo. Por el contrario, empezaron a caminar conmigo… En un momento se fueron, se metieron entre los árboles y dejé de verlos. Al rato volvieron y así repitieron la secuencia un par de veces. Se volvieron algo predecibles: me di cuenta que cuando ellos quedaban detrás mío, volvían a aparecer; caminaban a mi lado un rato y se volvían a ir… Entonces se me hizo costumbre saber que estaban atentos a mis movimientos y me dio tranquilidad sentirme acompañada.

Luego de un tiempo de caminata vino un recorrido más abierto, ya no había árboles donde esconderse… A partir de ahí, caminaron siempre a mi lado, a veces más adelante, a veces más atrás, pero siempre a la vista. En ese trayecto paré varias veces a sacar fotos de algunas flores que me llamaron la atención. En cada parada ellos frenaban y me esperaban; cuando noté esto, me dio hasta gracia y empecé a parar mas seguido para corroborar que era real que me esperaban. Nuevamente tuvieron una actitud predecible. Esto que les cuento forjó mucho más nuestro vínculo, ya estábamos compartiendo caminata… Luego de un rato, veo que Tomi, el que siempre iba primero, frena abruptamente, y el resto también (yo incluida). De golpe éramos una manada y Tomi marcaba el ritmo… Estaba tan inmóvil que yo me quedé igual; a los minutos, se empezó a revolver la tierra creando una nube de polvo. Se acercaba una camioneta. La dejamos pasar y seguimos. Así que desde ese momento entendí que ellos estaban atentos a cualquier cosa que pudiera pasar, y me lo hacían saber.

La caminata siguió durante un tiempo más sin mayores cambios: yo sacando fotos, ellos yendo y viniendo a mi alrededor. Hasta que en un momento Tomi queda nuevamente paralizado, algo estaba por venir o pasar…

Esta vez fue un poco más complejo, aparecieron otros perros y mis “tres guardianes” se dieron vuelta y vinieron conmigo… Si bien sentí algo de miedo por los perros (que no eran muy amistosos), el aviso previo de Tomi me hizo estar más preparada, y el saber que ellos estaban conmigo me dio tranquilidad. Decidí que ya era hora de regresar e iniciamos el retorno, pero esta vez era claro que volvíamos juntos a casa.

Ahora sí. De este pequeño relato, lo que rescato es lo siguiente: al iniciar el viaje yo no tenía vínculo con los perros; a medida que entendí cómo se comportaban pude comprenderlos, comunicarme con ellos, vincularme. Eso que los hacía predecibles fue la clave para conocernos más, para entender cómo iban a reaccionar según lo que estaba por pasar o lo que necesitara de ellos. Que hayan resultado predecibles me dio confianza, bajó mi nivel de estrés, pude relajarme y fluir.

Cuando no sabemos cómo va a actuar el otro tenemos que invertir energía extra: atención, estar alertas por las dudas, como en las primeras acciones de los perros que se iban y no sabía si volverían. Cuando eso se volvió un hábito, cada vez que desaparecían yo fluía en esa situación porque sabía que enseguida volverían. Cuando Tomi se quedó quieto, me estresé un poco, pero cuando lo hizo la segunda vez, supe cómo moverme cómodamente.

Lo predecible tiene mala fama. Aparentemente ser predecible es ser aburrido o falto de creatividad.

Sin embargo, esta experiencia me hizo reafirmar algo en lo que creo profundamente: el equilibrio de energía lo es todo, y lo que vuelve a algo aburrido o falto de creatividad no es ser predecible, es no equilibrar la energía.

Hay momentos para conocer y momentos para disfrutar de lo conocido. Los vínculos se disfrutan cuando uno logra relajarse y fluir… si no hubiera cosas predecibles, uno estaría en continua tensión y alerta.Lo predecible está vinculado a la energía del sostener, y lo nuevo a la energía de inicio. 

Claramente en vínculos de muchos años, lo interesante es iniciar varios ciclos, pero los ciclos genuinos y completos tienen mucho más de predecible que de inicio, sino se convierte en espasmos que no conducen a nada.

En conclusión, no se trata de que lo predecible sea malo o aburrido. Se trata de que eso predecible sea justo lo que necesitamos para que el viaje y la experiencia se disfruten más. Los vínculos no aburren por ser predecibles, aburren porque esa rutina no es la que se disfruta. Todos los vínculos que crecen y se profundizan tienden a generar rutinas. Las mismas son las que permiten pulir y encontrar cosas nuevas a explorar.

Para mí el disfrute de la vida tiene que ver más con encontrar la rutina y lo predecible que va con uno en cada etapa y no con estar probando cosas nuevas todo el tiempo.